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Cuando una gran empresa va mal

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Las grandes empresas también se estrellan. No siempre con ruido, ni con humo. A veces simplemente dejan de crecer, se bloquean, pierden el rumbo. A veces se mantienen vivas, pero nadie sabe cómo. Y es justo en esos momentos cuando ya no sirve lo de mirar a los de siempre, ni lo de confiar en que las cosas mejorarán porque sí.

Si te toca estar dentro, sabes que no hay margen para esperar ni para disimular. La única opción es actuar. Y rápido.

 

Las señales de que algo está yendo mal

Muchas veces las cosas no pasan inmediatamente ni todas a la vez. Pero, hay señales muy concretas a las que debes estar atento. Cuando los resultados se estancan o directamente caen, el ambiente entre equipos se vuelve tenso o pasivo, los procesos internos empiezan a fallar en cadena. No se cumplen objetivos, la rotación de personal se dispara, nadie propone nada nuevo, y lo que antes funcionaba ya no tiene ningún efecto.

A menudo el problema está arriba. No por mala intención, sino por desgaste o por falta de experiencia frente a retos nuevos. Muchos directivos se formaron en épocas donde las reglas eran otras, y de pronto tienen que tomar decisiones en medio de crisis que no entienden del todo: tecnológicas, económicas, sociales. Hay quien no está preparado para tomar decisiones estratégicas de verdad. Y eso se nota.

 

El Interim Manager como figura que lo cambia todo

Cuando la situación es crítica, hay empresas que optan por soluciones drásticas: recortes, despidos, fusiones. Otras, más inteligentes, apuestan por algo que lleva tiempo siendo cada vez más habitual: incorporar un Interim Manager. Es decir, alguien externo, con experiencia, que entra a resolver un problema concreto durante un tiempo limitado. No llega para hacer bulto ni para quedarse. Llega a tomar decisiones, desbloquear procesos, ordenar el caos y luego marcharse.

Esto es algo que ha ido creciendo mucho porque muchas compañías se han dado cuenta de que los perfiles que tienen dentro no son suficientes. Hay demasiados directivos jóvenes sin experiencia real, o con una visión muy parcial. También hay demasiadas estructuras donde los que mandan no tienen tiempo (ni ganas) de aprender lo que no saben. Y, sobre todo, hay momentos donde no sirve hacer lo de siempre.

Desde AMG Interim Managers explican que, en los últimos años, les llegan más casos de empresas grandes que ya no pueden disimular su falta de liderazgo en momentos clave. Lo que antes se solucionaba con una consultora o una reestructuración parcial, ahora exige a alguien que venga con las ideas claras y se ponga al frente, sin miedo a pisar algún callo. No es un gurú. No es un salvador. Es alguien que ya ha vivido eso mismo en otras empresas, y sabe qué pasos hay que dar para salir del atasco.

 

El error más habitual cuando se intenta arreglar todo a la vez

Una de las reacciones más comunes cuando las cosas van mal es intentar arreglarlo todo al mismo tiempo. Rediseñar el producto, cambiar los equipos, revisar la estrategia, probar nuevos canales… Todo junto. Pero sin foco, eso solo genera más caos. Una empresa no es un puzzle que se puede rehacer en un fin de semana. Hay que saber dónde está el fallo principal y atacar ahí primero. El Interim Manager suele empezar justo por ahí: analizar, priorizar, ejecutar.

A veces, el verdadero problema está en la estructura interna: demasiados niveles de decisión, nula coordinación entre departamentos, liderazgo difuso. Otras veces, el problema es externo: el mercado ha cambiado y la empresa no se ha enterado. Pero da igual cuál sea el motivo. Lo que necesitas es alguien que no forme parte del sistema que se ha roto. Alguien que entre, lo vea desde fuera y lo ordene sin estar contaminado.

 

Cómo se recupera la confianza del equipo cuando ya nadie cree en nada

Cuando las cosas se tuercen, el equipo también lo nota. Dejan de confiar en la dirección, empiezan a hablar más por WhatsApp que en las reuniones, se vuelven cínicos o se desconectan. En las empresas grandes esto se multiplica, porque hay más capas, más política interna, más miedo a hablar claro. Si quieres recuperar la energía de los equipos, necesitas un liderazgo temporal que actúe con transparencia, que pida colaboración sin dar discursos vacíos.

Fingir que “todo va bien” cuando ya todo el mundo sabe que no es cierto solo genera más distancia. La única manera de volver a conectar es admitir lo que va mal y explicar cómo se va a arreglar. No con un PowerPoint, sino con decisiones visibles.

 

Problemas estructurales

Hay empresas que han crecido tanto, tan rápido, que nadie se preocupó de construir una base sólida. Tienen una marca conocida, mucho volumen de negocio, oficinas por todos lados… pero no tienen procesos internos eficientes, ni control financiero serio, ni cultura de mejora continua. Todo ha funcionado a base de empuje, de urgencia, de improvisación. Y eso, en algún momento, revienta.

 

Cuando el ego impide avanzar

Este es un tema delicado, pero muy real. En muchas grandes empresas, el consejo de administración o los accionistas tienen tanto poder que frenan cualquier intento de cambio que no encaje con sus ideas preconcebidas. A veces no lo hacen con mala intención. Otras sí. Pero el resultado es el mismo: inmovilismo, miedo a molestar a los de arriba, proyectos bloqueados por inseguridad política.

Un directivo interno puede acabar cediendo a eso. Un Interim Manager no. Como no tiene que pensar en quedarse, ni en agradar, ni en mantener alianzas internas, puede tomar decisiones impopulares si son necesarias. Puede exponer lo que nadie se atreve a decir.

 

¿Qué pasa cuando el problema es financiero y no operativo?

A veces, la empresa está bien estructurada, pero tiene problemas financieros serios. Aquí es donde hace falta otro tipo de perfil: alguien que entienda la relación con los bancos, los fondos, los inversores. Que sepa renegociar, reordenar deuda, decidir qué líneas de negocio deben cerrarse para salvar el conjunto. También hay Interim Managers especializados en esto.

No es un trabajo bonito, ni fácil. Pero hay momentos donde no queda otra que asumir que la empresa no va a volver a crecer hasta que no se sanee económicamente. Y eso implica decisiones duras. Pero, lo importante es hacerlo con criterio y sin arrastrar a toda la organización en el intento.

 

Tecnología que llega tarde, o que nunca se implementó bien

En muchas grandes empresas se habla de transformación digital, pero luego no se ejecuta. Se compran herramientas que nadie usa, se implantan sistemas que no están alineados con la forma real de trabajar. Todo se vuelve más lento, más caro, más absurdo. La tecnología, cuando llega mal, solo agrava los problemas.

Aquí también hay perfiles que pueden entrar como Interim Managers para resolver la parte técnica. Gente que no viene a vender soluciones mágicas, sino a ver qué herramientas ya existen, qué se puede integrar, qué se puede eliminar. Muchas veces el caos tecnológico se arregla con formación, con procesos claros, con decisiones simples. Y con alguien que tenga el poder de parar lo que no funciona, aunque haya costado millones.

 

No es magia. Es experiencia.

Nada de lo que hace un Interim Manager es espectacular a primera vista. No promete que la empresa va a duplicar beneficios en seis meses. No hace grandes campañas de motivación ni reorganizaciones brillantes. Lo que hace es tomar decisiones correctas, en el orden adecuado, con el foco necesario. Y eso, en una empresa grande que ha perdido el norte, vale oro.

 

Cuando la urgencia deja de ser excusa

Una de las trampas más comunes en empresas grandes en crisis es usar la urgencia como excusa para no pensar. “Estamos muy mal, no hay tiempo”. “Ahora no podemos parar a analizar”. “Ya lo arreglaremos cuando pase esto”. Pero ese “esto” nunca pasa. Porque el caos es constante. Y si no se toma un momento para repensar desde cero, la caída será inevitable.

A veces hace falta alguien que llegue sin el peso del pasado, sin lealtades internas, sin miedo. Alguien que no tenga nada que perder y mucho que aportar. Y eso no lo vas a encontrar entre tus directivos de siempre. Ni en la siguiente reunión de comité. Vas a tener que buscar fuera. Y confiar.

 

Lo que empieza a cambiar cuando dejas de improvisar

Cuando se toma la decisión de dejar de fingir que todo va bien, y se empieza a actuar con seriedad, el ambiente cambia. No de forma mágica, pero sí visible. Vuelven las ganas de implicarse, se recupera el respeto por la dirección, los equipos dejan de estar a la defensiva. Y eso no se consigue con charlas motivacionales ni con comunicados. Se consigue con hechos.

La mayoría de las grandes empresas que se salvan lo hacen porque se atreven a asumir que necesitan ayuda externa. Porque aceptan que lo que las trajo hasta aquí ya no sirve para lo que viene ahora. Porque entienden que no se trata de reformular un eslogan, sino de rehacer la forma en la que se toman las decisiones importantes.

Cuando todo va mal, no necesitas a alguien que diga lo que quieres oír. Necesitas a alguien que entre, ponga orden, y luego se vaya. Aunque duela. Aunque moleste. Aunque cambie todo. Porque si no lo haces tú, lo acabará haciendo el mercado por ti. Y ya sabes que eso duele más.

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