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Consejos para permanecer conectado si tienes una empresa en una zona rural

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Heredar la empresa de mi padre fue algo que no esperaba tan pronto. Tenía 19 años recién cumplidos y de la noche a la mañana me vi al frente de una finca de vid y tomates que llevaba generaciones trabajando la tierra.

La gente que nos conocía sabía que siempre habíamos sido muy trabajadores, pero también muy tradicionales. Mi padre vendía el vino de casa y los tomates como él decía: “con la cara por delante”. Iba de puerta en puerta, con su camioneta, o hablaba directamente con los supermercados pequeños del pueblo y de la comarca. Le funcionaba. Durante años, funcionó.

Pero yo sabía que el mundo ya no se mueve igual.

 

Mi padre lo hacía a su manera, pero sin visibilidad

Una de las primeras cosas que entendí al hacerme cargo fue que el trabajo duro no basta si nadie te ve. Mi padre era un hombre de confianza, conocido por la calidad de lo que producía. Pero más allá de los clientes fijos de siempre, nadie sabía que existíamos. Ni siquiera en la provincia. Y eso, para mí, era un problema.

No era que su forma estuviera mal, al contrario. Aprendí mucho viéndolo tratar con la gente, preocupándose de verdad por cómo les había salido el tomate, o si el vino les había gustado. Pero sentía que si seguíamos en esa línea, en unos años estaríamos apagándonos poco a poco. Yo no quería que lo que él me dejó desapareciera.

Fue entonces cuando empecé a mirar todo con otros ojos. Empecé a ver los campos como algo más que tierra y fruto: como una empresa que necesitaba adaptarse. Me senté una tarde con un cuaderno y empecé a escribir ideas para que esto no se quedara atrás. Sabía que el primer paso era conectar. Con la gente, con posibles compradores, con otros agricultores, con todo el que pudiera interesarse por lo que hacíamos.

Y para eso necesitaba algo muy básico: internet.

 

Si no estás conectado, no existes (aunque trabajes como un animal)

El mayor obstáculo al principio fue justo ese: nuestra conexión era muy débil. No llegaba apenas cobertura a la finca, y el internet funcionaba a ratos. Tenía que subir al altillo del granero para enviar un correo o intentar ver un vídeo explicativo sobre maquinaria. Era desesperante.

Por suerte, descubrí que en España existen iniciativas públicas y privadas, como las que me informaron desde Conéctate 35, una iniciativa de Hispasat para llevar internet vía satélite al mundo rural, que están llevando internet por satélite a zonas rurales.

Me informé bien, hice los trámites, y unas semanas después teníamos una conexión bastante decente. Ese fue el punto de partida para cambiarlo todo. Porque una vez que tuve conexión estable, pude empezar a modernizar de verdad mi forma de trabajar.

Aquí te dejo todas las herramientas que fui integrando, poco a poco, y que han hecho que mi pequeña empresa crezca más en un año que en los cinco anteriores juntos:

 

Tecnologías y recursos que empecé a usar

  • Una web sencilla pero clara, donde explico quién soy, qué hacemos, y qué ofrecemos. Incluye fotos reales de la finca, los productos y de la familia.
  • Redes sociales (Instagram y Facebook): muestro el proceso, los productos, el día a día. La gente valora ver quién está detrás. Además, les encanta ver el proceso, no sé por qué.
  • Catálogo digital de productos, con precios actualizados y posibilidad de hacer pedidos por mensaje directo o correo electrónico.
  • Un correo electrónico profesional, no el personal, para separar bien la vida laboral.
  • Una ficha en Google Maps, para que cualquier persona que busque vino o tomates de proximidad pueda encontrarnos y venir.
  • WhatsApp Business, con respuestas rápidas, horarios y etiquetas para organizar clientes.
  • Un pequeño blog en la web, donde hablo de cómo cuidamos las plantas, del trabajo en el campo, de la historia de mi familia… Cosas que, al ser de interés, ayudan a que el SEO de la web mejore y a ponernos bien altos en los buscadores.
  • Presencia en radios locales, contando quiénes somos y cómo comprar nuestros productos.
  • Participación en ferias rurales, pero ahora llevando tarjetas con código QR que dirige a la web.
  • Maquinaria con GPS, para organizar mejor las rutas de riego y el uso del tractor.
  • Drones para vigilar el estado de las plantaciones sin tener que recorrer todo el terreno a pie.
  • Programas sencillos de contabilidad, para llevar mejor las cuentas, impuestos y beneficios.
  • Un TPV móvil, para que me puedan pagar con tarjeta incluso cuando vendo en la feria o en la propia finca.
  • Sistema de riego controlado desde el móvil, para optimizar el uso del agua.
  • Pedidos en línea con opción de entrega a domicilio, tanto en pueblos cercanos como por mensajería en otras zonas.
  • Colaboraciones con influencers de alimentación rural o ecológica, que muestran mis productos en sus redes.
  • Formación online gratuita para emprendedores rurales, que me ha dado bastantes ideas sobre marketing y gestión.

No lo hice todo de golpe, son muchas cosas. Fueron meses de ir probando, fallando, corrigiendo y aprendiendo.

Pero lo más importante fue tener claro que no podía quedarme parado esperando a que alguien pasara por la finca. Tenía que salir yo al mundo. Aunque fuera digitalmente.

 

He visto cómo todo ha cambiado… y para bien

Un año después de haber cogido el relevo, noto el cambio en cada rincón de la finca. No es solo que vendamos más, es que he conseguido que lo que hacemos llegue a personas que valoran lo que hay detrás. Hay gente que compra porque quiere tomates de verdad, o vino hecho con mimo, sin grandes cadenas de por medio (o sin pesticidas, todo hay que decirlo).

Y no solo eso: ahora hay niños que vienen con sus padres a conocer dónde se cultivan las cosas. Escuelas que nos escriben para traer a los chavales y enseñarles de dónde sale el tomate del gazpacho. Eso antes no pasaba.

También he conocido a otros jóvenes agricultores que están haciendo lo mismo: conectarse, adaptarse, hablar con naturalidad de lo que hacen. Entre todos estamos dando vida al campo, que no tiene por qué ser cosa de mayores ni de gente sin formación.

Sé que aún queda mucho por hacer. Pero lo importante es que ya no siento que estamos aislados.

Tenemos contacto con el mundo. Estamos presentes. Y todo porque un día decidí que internet no era solo para ver vídeos o chatear. Era también una herramienta para no dejar morir una historia familiar.

 

Lo rural no es quedarse atrás, es avanzar de otra forma

Cuando cuentas que estás emprendiendo en el campo, mucha gente te mira como si estuvieras haciendo algo raro. Como si hubieras elegido quedarte fuera del mundo. Como si vivir lejos de una ciudad fuera renunciar a tus sueños. Pero para mí, y seguro que para muchos que estáis leyendo esto también, lo rural no es quedarse atrás. Es avanzar, pero con otros ritmos, otras prioridades y otras formas.

A veces parece que hay una especie de obligación de parecer modernos todo el rato. De tener prisa, de ir a mil, de estar conectados 24/7, de hacer mil cosas a la vez. Pero en el campo aprendes otra cosa: que se puede crecer sin correr, que se puede trabajar mucho sin perder la cabeza y que no hace falta renunciar a tus raíces para hacer algo nuevo.

Yo he aprendido a valorar eso. A saber que estar en un entorno rural no es estar desconectado, sino estar conectado de otro modo. Con la tierra, con el tiempo, con lo que tienes delante. Y que eso, bien aprovechado, también puede darte oportunidades.

Emprender aquí tiene dificultades, claro que sí. Faltan medios, a veces parece que nadie te escucha, cuesta más darte a conocer. Pero también tiene cosas muy buenas: el apoyo de la gente, el orgullo de saber que estás dándole vida a un lugar que no quiere desaparecer, la satisfacción de ver crecer algo desde cero en un sitio que conoces de toda la vida.

Así que si tienes dudas, si sientes que igual te vas a quedar “fuera del mapa” por no estar en una gran ciudad, no te lo creas. Lo rural está muy vivo. Solo necesita más voces que lo digan, más manos que se atrevan, más gente joven que apueste por quedarse y construir.

Y, sobre todo, más confianza en que el futuro no solo está en las grandes avenidas, también puede brotar en medio de un camino de tierra.

 

Estar conectado es proteger lo que uno ama

Lo que he aprendido en este tiempo es que estar conectado no significa perder lo tradicional, sino hacer que se mantenga vivo. Mi padre me enseñó a trabajar con las manos, a madrugar, a no rendirme. Yo he aprendido a combinar eso con lo que hoy tenemos al alcance: tecnología, comunicación, redes, visibilidad.

A veces solo hace falta un empujón, o que alguien te diga que no estás solo en esto.

Y si tú también tienes una pequeña empresa en el campo, o estás pensando en continuar con el trabajo de tu familia, o en emprender algo desde cero, que sepas que hay caminos. No todos son fáciles, pero existen.

Y lo más bonito es que tú decides cómo recorrerlos.

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